A TODOS MIS HIJOS PARA EL MOMENTO EN QUE SE ENFRENTEN A LA VERDAD DE LA PÉRDIDA DE UN PADRE taaaaan SINGULAR, EGREGIO, REVOLUCIONARIO Y PROSOPOPÉYICO, porque sí, les voy a hacer Muuuucha falta, ¡CABRONCITOS!:
Tengo la esperanza que más tarde, cuando hayas sobrepasado los angustiosos momentos de dolor, leyendo este poema, mitigues tus sentimientos por mi pérdida.
Así es que me puse a modernizar la ortografía, los vocablos y, en fin, hice un poco de paleografía.

Estas coplas universalizan el dolor por la pérdida de un padre.
Ante tanto desmadre y despadre, podríamos decir que muy pocos hijitos de la mala vida experimentan ninguna emoción digna de consideración por su progenitor, y siendo que hay muchísimos que nunca tuvieron padre y ni siquiera se acobijaron bajo el manto del DIOS PADRE TODOPODEROSO!!!!.., estos versos les han de sonar provenientes de un marciano.

A partir de la copla XVI canta de un modo sublime los aciertos y proezas de su padre, don JORGE MANRIQUE:
Recuerde el alma dormida, despierte la mente y recuerde, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor.
No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de pasar de tal manera.

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a acabar, allí los ríos caudalosos, allí los otros medianos y más chicos, todos, como los hombre son iguales los que viven por sus manos y los ricos.
Dejo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; no leo sus ficciones, que traen yerbas secretas y ricos sabores. Aquél sólo m'encomiendo, Aquél sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el mundo no conoció su divinidad.
Este mundo es el camino para el otro, qu'es morada sin pesar; mas hay que tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que feneçemos; assí que cuando morimos, descansamos.
Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquél que aquí bregamos. Aun aquel hijo de Dios para subirnos al cielo descendió para nacer acá entre nos, y a vivir en este suelo donde murió.
Si estuviese en nuestro poder hacer la cara hermosa y todo lo corporal, como podemos hacer el alma tan glorïosa angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos a toda hora!
Ve de cuán poco valor son las cosas tras las que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aunque muramos las perdemos. De ellas deshace la edad, dellas casos desastrosos que acaecen; dellas, por su cualidad, en los más altos estados desfallecen.
Díganme: La hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, el color de la mejilla, la blancura, cuando viene la vejez, ¿dónde va a parar? Las mañas y ligereza y la fuerza corporal de juventud, todo se torna gravedad cuando llega el arrabal de senectud.
Pues la sangre de los godos, y el linaje y la nobleza tan crecida, ¡por cuántas vías y modos se pierde su gran alteza en esta vida! Unos, por poco valer, por cuán bajos y abatidos que los tienen; otros que, por no tener, con oficios no debidos se mantienen.

Los estados y riqueza, que nos dejen a deshora ¿quién lo duda?, no les pidamos firmeza. pues que son d'una señora; que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa, la cual no puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa.
Pero digo que acompañen y lleguen hasta la fuerza con su dueño: por eso non nos engañen, pues se va la vida aprisa como sueño, y los deleites d'acá son, en que nos deleitamos, temporales, y los tormentos d'allá, que por ellos esperamos, eternales.
Los placeres y dulzores desta vida trabajada que tenemos, no son sino corredores, de la muerte, la çelada en que caemos. No mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desde que vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar.
Esos reyes poderosos que vemos por escrituras ya pasadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; así, que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores y prelados: así los trata la muerte, como a los pobres pastores de ganados.
Dejemos a los troyanos, que sus males no los vimos, ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias; no queramos saber lo d'aquel siglo pasado qué fue d'ello; vengamos a lo d'ayer, que también es olvidado como aquello.
¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes d'Aragón ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invención como trajeron? ¿Fueron sino devaneos, qué fueron sino verduras de las eras, las justas y los torneos, competencias, campeonatos y quimeras?
¿Qué se hicieron las damas, sus tocados y vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos d'amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían?
Pues el otro, su heredero don Enrique, ¡qué poderes alcanzaba! ¡Cuán blando, cuán halagüeño el mundo con sus placeres se le daba! Mas verás cuán enemigo, cuánto contrario, cuánto cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuán poco duró con él lo que le dio!
Las dádivas desmedidas, los edificios reales llenos d'oro, las vajillas tan doradas los pesos y los reales del tesoro, los jaeces, los caballos de sus gentes y atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscarlos?; ¿qué fueron sino rocíos de los prados?
Pues su hermano el inocente qu'en su vida sucesor se llamó ¡qué corte tan excelente tuvo, y cuánto gran señor le siguió! Mas, como fuese mortal, metióle la Muerte luego en su fragua. ¡Oh juicio divinal!, cuando más ardía el fuego, echaste agua.
Pues aquel gran Condestable, maestre que conocimos tan privado, no cumple que dél se hable, mas sólo como lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas y sus lugares, su mandar, ¿qué fueron sino lloros?, ¿qué fueron sino pesares al dejar dser?
Y los otros dos hermanos, maestres tan pròsperos como reyes, qué de los grandes y medianos tuvieron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad qu'en tan alto fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue apagada?
Tantos duques excelentes, tantos marqueses y condes y varones como vimos tan potentes, dí, Muerte, ¿dó los escondes, y traspones? Y de las sus claras hazañas que hicieron en las guerras y en las paces, cuando tú, cruda, t'ensañas, con tu fuerza, las alteras y deshaces.
Las huestes innumerables, los pendones, estandartes y banderas, los castillos impugnables, los muros y balüartes y barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo pasas de claro con tu flecha.
Aquel de buenos abrigo, amado, por virtuoso, de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso e tan valiente; sus hechos grandes e claros non cumple que los alabe, pues los vieron; ni los quiero hazer caros, pues qu'el mundo todo sabe cuáles fueron.
Tengo la esperanza que más tarde, cuando hayas sobrepasado los angustiosos momentos de dolor, leyendo este poema, mitigues tus sentimientos por mi pérdida.
Así es que me puse a modernizar la ortografía, los vocablos y, en fin, hice un poco de paleografía.

Estas coplas universalizan el dolor por la pérdida de un padre.
Ante tanto desmadre y despadre, podríamos decir que muy pocos hijitos de la mala vida experimentan ninguna emoción digna de consideración por su progenitor, y siendo que hay muchísimos que nunca tuvieron padre y ni siquiera se acobijaron bajo el manto del DIOS PADRE TODOPODEROSO!!!!.., estos versos les han de sonar provenientes de un marciano.

A partir de la copla XVI canta de un modo sublime los aciertos y proezas de su padre, don JORGE MANRIQUE:

Recuerde el alma dormida, despierte la mente y recuerde, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor.
No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de pasar de tal manera.

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a acabar, allí los ríos caudalosos, allí los otros medianos y más chicos, todos, como los hombre son iguales los que viven por sus manos y los ricos.
Dejo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; no leo sus ficciones, que traen yerbas secretas y ricos sabores. Aquél sólo m'encomiendo, Aquél sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el mundo no conoció su divinidad.
Este mundo es el camino para el otro, qu'es morada sin pesar; mas hay que tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que feneçemos; assí que cuando morimos, descansamos.
Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquél que aquí bregamos. Aun aquel hijo de Dios para subirnos al cielo descendió para nacer acá entre nos, y a vivir en este suelo donde murió.
Si estuviese en nuestro poder hacer la cara hermosa y todo lo corporal, como podemos hacer el alma tan glorïosa angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos a toda hora!
Ve de cuán poco valor son las cosas tras las que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aunque muramos las perdemos. De ellas deshace la edad, dellas casos desastrosos que acaecen; dellas, por su cualidad, en los más altos estados desfallecen.
Díganme: La hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, el color de la mejilla, la blancura, cuando viene la vejez, ¿dónde va a parar? Las mañas y ligereza y la fuerza corporal de juventud, todo se torna gravedad cuando llega el arrabal de senectud.
Pues la sangre de los godos, y el linaje y la nobleza tan crecida, ¡por cuántas vías y modos se pierde su gran alteza en esta vida! Unos, por poco valer, por cuán bajos y abatidos que los tienen; otros que, por no tener, con oficios no debidos se mantienen.

Los estados y riqueza, que nos dejen a deshora ¿quién lo duda?, no les pidamos firmeza. pues que son d'una señora; que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa, la cual no puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa.
Pero digo que acompañen y lleguen hasta la fuerza con su dueño: por eso non nos engañen, pues se va la vida aprisa como sueño, y los deleites d'acá son, en que nos deleitamos, temporales, y los tormentos d'allá, que por ellos esperamos, eternales.
Los placeres y dulzores desta vida trabajada que tenemos, no son sino corredores, de la muerte, la çelada en que caemos. No mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desde que vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar.
Esos reyes poderosos que vemos por escrituras ya pasadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; así, que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores y prelados: así los trata la muerte, como a los pobres pastores de ganados.
Dejemos a los troyanos, que sus males no los vimos, ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias; no queramos saber lo d'aquel siglo pasado qué fue d'ello; vengamos a lo d'ayer, que también es olvidado como aquello.
¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes d'Aragón ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invención como trajeron? ¿Fueron sino devaneos, qué fueron sino verduras de las eras, las justas y los torneos, competencias, campeonatos y quimeras?
¿Qué se hicieron las damas, sus tocados y vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos d'amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían?
Pues el otro, su heredero don Enrique, ¡qué poderes alcanzaba! ¡Cuán blando, cuán halagüeño el mundo con sus placeres se le daba! Mas verás cuán enemigo, cuánto contrario, cuánto cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuán poco duró con él lo que le dio!
Las dádivas desmedidas, los edificios reales llenos d'oro, las vajillas tan doradas los pesos y los reales del tesoro, los jaeces, los caballos de sus gentes y atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscarlos?; ¿qué fueron sino rocíos de los prados?
Pues su hermano el inocente qu'en su vida sucesor se llamó ¡qué corte tan excelente tuvo, y cuánto gran señor le siguió! Mas, como fuese mortal, metióle la Muerte luego en su fragua. ¡Oh juicio divinal!, cuando más ardía el fuego, echaste agua.
Pues aquel gran Condestable, maestre que conocimos tan privado, no cumple que dél se hable, mas sólo como lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas y sus lugares, su mandar, ¿qué fueron sino lloros?, ¿qué fueron sino pesares al dejar dser?
Y los otros dos hermanos, maestres tan pròsperos como reyes, qué de los grandes y medianos tuvieron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad qu'en tan alto fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue apagada?
Tantos duques excelentes, tantos marqueses y condes y varones como vimos tan potentes, dí, Muerte, ¿dó los escondes, y traspones? Y de las sus claras hazañas que hicieron en las guerras y en las paces, cuando tú, cruda, t'ensañas, con tu fuerza, las alteras y deshaces.
Las huestes innumerables, los pendones, estandartes y banderas, los castillos impugnables, los muros y balüartes y barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo pasas de claro con tu flecha.
Aquel de buenos abrigo, amado, por virtuoso, de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso e tan valiente; sus hechos grandes e claros non cumple que los alabe, pues los vieron; ni los quiero hazer caros, pues qu'el mundo todo sabe cuáles fueron.
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