domingo, 25 de agosto de 2013

vayan CON DIOS y espero que no lamenten la pérdida de un padre sabio, generoso y muy FUERTE

A TODOS MIS HIJOS PARA EL MOMENTO EN QUE SE ENFRENTEN A LA VERDAD DE LA PÉRDIDA DE UN PADRE taaaaan SINGULAR, EGREGIO, REVOLUCIONARIO Y PROSOPOPÉYICO, porque sí, les voy a hacer Muuuucha falta, ¡CABRONCITOS!:

Tengo la esperanza que más tarde, cuando hayas sobrepasado los angustiosos momentos de dolor, leyendo este poema, mitigues tus sentimientos por mi pérdida.

Así es que me puse a modernizar la ortografía, los vocablos y, en fin, hice un poco de paleografía.
 

Estas coplas universalizan el dolor por la pérdida de un padre.
Ante tanto desmadre y despadre, podríamos decir que muy pocos  hijitos de la mala vida experimentan ninguna emoción digna de consideración por su progenitor, y siendo que hay muchísimos que nunca tuvieron padre y ni siquiera se acobijaron bajo el manto del DIOS PADRE TODOPODEROSO!!!!.., estos versos les han de sonar provenientes de un marciano.


A partir de la copla XVI canta de un modo sublime los aciertos y proezas de su padre, don JORGE MANRIQUE:

Recuerde el alma dormida,   despierte la mente y recuerde,  contemplando  cómo se pasa la vida,  cómo se viene la muerte  tan callando;  cuán presto se va el placer,  cómo, después de acordado,  da dolor;  cómo, a nuestro parecer,  cualquier tiempo pasado  fue mejor.


 

 

No se engañe nadie, no,  pensando que ha de durar  lo que espera  más que duró lo que vio,  pues que todo ha de pasar  de tal manera.
 

Nuestras vidas son los ríos  que van a dar en la mar,  que es el morir;  allí van los señoríos  derechos a  acabar,  allí los ríos caudalosos,  allí los otros medianos  y más chicos,  todos, como los hombre  son iguales  los que viven por sus manos  y los ricos.


Dejo las invocaciones  de los famosos poetas  y oradores;  no leo sus ficciones,  que traen yerbas secretas  y ricos  sabores.  Aquél sólo m'encomiendo,  Aquél sólo invoco yo  de verdad,  que en este mundo viviendo,  el mundo no conoció  su divinidad.


Este mundo es el camino  para el otro, qu'es morada  sin pesar;  mas hay que tener buen tino  para andar esta jornada  sin errar.  Partimos cuando nacemos,  andamos mientras vivimos,  y llegamos  al tiempo que feneçemos;  assí que cuando morimos,  descansamos.


Este mundo bueno fue  si bien usásemos dél  como debemos,  porque, según nuestra fe,  es para ganar aquél  que aquí bregamos.  Aun aquel hijo de Dios  para subirnos al cielo  descendió  para  nacer acá entre nos,  y a vivir en este suelo  donde murió.


Si estuviese en nuestro poder  hacer la cara hermosa  y todo lo corporal,  como podemos hacer  el alma tan glorïosa  angelical,  ¡qué diligencia tan viva  tuviéramos a toda hora!


Ve de cuán poco valor  son las cosas tras las que andamos  y corremos,  que, en este mundo traidor,  aunque muramos  las perdemos.  De ellas deshace la edad,  dellas casos desastrosos  que acaecen; dellas, por su cualidad,  en los más altos estados  desfallecen.


Díganme: La hermosura,  la gentil frescura y tez  de la cara,  el color de la mejilla, la blancura,  cuando viene la vejez,  ¿dónde va a parar?  Las mañas y ligereza  y la fuerza corporal  de juventud,  todo se torna gravedad  cuando llega el arrabal  de senectud.


 

 
Pues la sangre de los godos,  y el linaje y la nobleza  tan crecida,  ¡por cuántas vías y modos  se pierde su gran alteza  en esta vida!  Unos, por poco valer,  por cuán bajos y abatidos  que los tienen;  otros que, por no tener,  con oficios no debidos  se mantienen.
 

Los estados y riqueza,  que nos dejen a deshora  ¿quién lo duda?,  no les pidamos firmeza.  pues que son d'una señora;  que se muda,  que bienes son de Fortuna  que revuelven con su rueda  presurosa,  la cual no puede ser una  ni estar estable ni queda  en una cosa.


Pero digo que acompañen  y lleguen hasta la fuerza  con su dueño:  por eso non nos engañen,  pues se va la vida aprisa  como sueño,  y los deleites d'acá  son, en que nos deleitamos,  temporales,  y los tormentos d'allá,  que por ellos esperamos,  eternales.



Los placeres y dulzores  desta vida trabajada  que tenemos,  no son sino corredores,  de la muerte, la çelada  en que caemos.  No mirando a nuestro daño,  corremos a rienda suelta  sin parar;  desde que vemos el engaño  y queremos dar la vuelta  no hay lugar.


Esos reyes poderosos  que vemos por escrituras  ya pasadas  con casos tristes, llorosos,  fueron sus buenas venturas  trastornadas;  así, que no hay cosa fuerte,  que a papas y emperadores  y prelados:  así los trata la muerte,  como a los pobres pastores  de ganados.


Dejemos a los troyanos,  que sus males no los vimos,  ni sus glorias;  dejemos a los romanos,  aunque oímos y leímos  sus historias;  no queramos saber  lo d'aquel siglo pasado  qué fue d'ello;  vengamos a lo d'ayer,  que también es olvidado  como aquello.


¿Qué se hizo el rey don Juan?  Los infantes d'Aragón  ¿qué se hicieron?  ¿Qué fue de tanto galán,  qué de tanta invención  como trajeron?  ¿Fueron sino devaneos,  qué fueron sino verduras  de las eras,  las justas y los torneos,  competencias, campeonatos  y quimeras?


¿Qué se hicieron las damas,  sus tocados y vestidos,  sus olores?  ¿Qué se hicieron las llamas  de los fuegos encendidos  d'amadores?  ¿Qué se hizo aquel trovar,  las músicas acordadas  que tañían?  ¿Qué se hizo aquel danzar,  aquellas ropas chapadas  que traían?


Pues el otro, su heredero  don Enrique, ¡qué poderes  alcanzaba!  ¡Cuán blando, cuán halagüeño  el mundo con sus placeres  se le daba!  Mas verás cuán enemigo,  cuánto contrario, cuánto cruel  se le mostró;  habiéndole sido amigo,  ¡cuán poco duró con él  lo que le dio!


Las dádivas desmedidas,  los edificios reales  llenos d'oro,  las vajillas tan doradas  los pesos y los reales  del tesoro,  los jaeces, los caballos  de sus gentes y atavíos  tan sobrados  ¿dónde iremos a buscarlos?;  ¿qué fueron sino rocíos  de los prados?


Pues su hermano el inocente  qu'en su vida sucesor  se llamó  ¡qué corte tan excelente  tuvo, y cuánto gran señor  le siguió!  Mas, como fuese mortal,  metióle la Muerte luego  en su fragua.  ¡Oh juicio divinal!,  cuando más ardía el fuego,  echaste agua.


Pues aquel gran Condestable,  maestre que conocimos  tan privado,  no cumple que dél se hable,  mas sólo como lo vimos  degollado.  Sus infinitos tesoros,  sus villas y sus lugares,  su mandar,  ¿qué  fueron sino lloros?,  ¿qué fueron sino pesares  al dejar dser?


Y los otros dos hermanos,  maestres tan pròsperos como reyes,  qué de  los grandes y medianos  tuvieron tan sojuzgados  a sus leyes;  aquella prosperidad  qu'en tan alto fue subida  y ensalzada,  ¿qué fue sino claridad  que cuando más encendida  fue apagada?


Tantos duques excelentes,  tantos marqueses y condes  y varones  como vimos tan potentes,  dí, Muerte, ¿dó los escondes,  y traspones?  Y de las sus claras hazañas  que hicieron en las guerras  y en las paces,  cuando tú, cruda, t'ensañas,  con tu fuerza, las alteras  y deshaces.


Las huestes innumerables,  los pendones, estandartes  y banderas,  los castillos impugnables,  los muros y balüartes  y barreras,  la cava honda, chapada,  o cualquier otro reparo,  ¿qué aprovecha?  Cuando tú vienes airada,  todo lo pasas de claro  con tu flecha.


Aquel de buenos abrigo,  amado, por virtuoso,  de la gente,  el maestre don Rodrigo  Manrique, tanto famoso  e tan valiente;  sus hechos grandes e claros  non cumple que los alabe,  pues los vieron;  ni los quiero hazer caros,  pues qu'el mundo todo sabe  cuáles fueron.

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